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01 junio 2006

Alemania 2006

A finales de la semana que viene dará inicio el Campeonato Mundial de Fútbol Alemania 2006. Después de ocho meses con las mentes enfrascadas en las competiciones de clubs, los aficionados al deporte rey deberán cambiar el chip para encarar lo que debería ser la mejor competición, un privilegio para los ojos, el escenario del mejor fútbol y la forja de las leyendas del presente.

En las últimas ediciones, el Mundial ha sido más bien un negocio y un tostón que deporte y espectáculo pero se espera que selecciones como Brasil, Argentina u Holanda pongan sobre el campo nuevos conceptos futbolísticos. De Alemania e Italia, poco se puede esperar a nivel de juego, sólo su coherencia de tener un estilo definido por la historia y funcionar a partir de él. De la selección española, mejor no esperar nada. Carece de historia (sólo una Eurocopa ganada ante la URSS y vendida como la victoria ante el comunismo, y el oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona), pero sobre todo se ve falta de personalidad, de sistema de juego, de orquesta y de director. Si dependen de Raúl...

Si Alemania es un motor diesel, Italia basa su juego en la insistencia, la pillería y el contragolpe. Si Inglaterra tira de juego físico y vertical, Holanda se basa en el toque y toque de la pelota. Si Brasil se apoya en la genialidad y la alegría, Argentina lo hace de la combinación entre marrullería y clase. En cambio, la selección española es un niño pequeño que no sabe aún que quiere ser de mayor.

Cuando el Real Madrid funciona como un tiro, pretende implantar su sistema de juego y la mayor parte de sus jugadores; cuando es el Valencia quien va bien, se emula su presión en el centro del campo y su racanería; y en el momento en que el Barça gana Liga y Champions se pretende imitar su sistema, pero nada más porque los jugadores no tienen características ni parecidas. En el deporte, como en otras disciplinas profesionales, el éxito está definido por la conjugación de dos aspectos: método de trabajo y talento. Que España no tiene método es evidente; y el talento patrio es el de las clases medias que suman en un resultado final, pero no el de las estrellas, que ganan los partidos.

En un mundo con unas fronteras cada día más difusas, donde casi se han reducido a una gran frontera entre países del Norte -ricos- y países del Sur -pobres-, en un planeta con una mezcla entre orígenes y etnias, los Mundiales son atractivos más allá que por su aspecto deportivo también por el simbólico, que de forma mal entendida, puede llevar a un nacionalismo peligroso (el ¡negro de mierda! de Luis Aragonés a Henry, los ataques habituales de la prensa sensacionalista inglesa a España durante la Eurocopa de 1996, la victoria de Argentina a Inglaterra en México'86 que fue utilizada como un arma de agitación y propaganda política, etc.)

En ese sentido, apuesto más por el fútbol de clubs que hermana en una camiseta no excluyente a jugadores y aficionados de distintas procedencias. El himno del F.C.Barcelona dice: "tant se val d'on venim, si del sud o del nord, una bandera ens agermana". Lo prefiero a las continuas alusiones a la garra, al orgullo, a la furia española, o al esperpéntico "A por ellos oeee, a por ellos oeee" del enloquecido Luis Aragonés y compañía de ayer.

Sociológicamente me parece peligroso basarse en conceptos de patria, raza y orgullo para encarar una competición. Deportivamente me parece ridículo sacar pecho como vándalos para volverse con el rabo entre las piernas en cuartos de final, o antes, y seguir haciendo grande la leyenda del maleficio español.